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Un cuento de navidad

Fuente: http://diferenciate.org

30 diciembre, 2011

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Un cuento de Navidad

Hoy es el día de Navidad y estoy de guardia de nuevo; aunque es un día festivo, hemos atendido a más de 300 pacientes…

Estoy cansada: en casa las cosas no van bien y para mí el estar en el hospital me permite tener una ilusión de normalidad de la que carezco cuando salgo de aquí.

Y sin embargo, nunca me falta una sonrisa, una palabra amable, una caricia, una mirada… mis pacientes no tienen la culpa de que para mí estás fiestas no sean nada especial, de que aunque parezca que debamos estar felices y contentos por decreto, en realidad en lo más íntimo de mi ser esté llorando con toda mi alma.

Intento distraerme y no pensar demasiado, pues quien acude a Urgencias necesita de todo mi conocimiento para poder atenderle del modo más eficaz posible.

No obstante, inevitablemente entre aviso y aviso, entre paciente y paciente, caigo en una especie de letargo lindante con la melancolía que hace que se me humedezcan los ojos y…

-¿Doctora? Tenemos un paciente, varón, 11 años, ya ha pasado por el triage, no tiene fiebre, presenta una especie de protuberancias y una especie de abscesos en los omóplatos. La madre nos ha causado ya algún problema en la puerta. El niño está tranquilo pero dice que le duele esa zona.
-Está bien. Páselo al box 1, dos minutos y estaré con él.

Acabé de rellenar algunos aspectos de la historia clínica del paciente anterior, apuré de un sorbo el té que me había servido hacía ya dos horas, y componiendo la mejor de mis sonrisas y con paso firme y decidido, despejé mi mente y entré en el box nº 1.

Lo que ví me dejó estupefacta: una mujer vestida de manera muy humilde, morena, no muy alta, manos estropeadas por el trabajo, sin maquillaje ni joyas, pero en cambio, emanaba serenidad y fuerza interior; no era guapa pero sin duda lo había sido, y en su cara se dibujaba un rictus de preocupación.

El niño… el niño era el más guapo que había visto en mi vida: rubio, ojos azules, de piel muy clara, casi transparente; una mirada dulce y plácida, con la boca contraída por el dolor…

-Buenas noches, soy la Dra. Pallarés… ¿qué hace un niño como tú aquí en el hospital en vez de estar jugando y comiendo turrón?- dije, componiendo una sonrisa
-Me duele mucho la espalda, doctora…
-Vamos a ver eso… ¿Cómo te llamas?
-Gabriel...
-Muy bien, Gabriel, quítate el jersey y la camiseta…

Me volví hacia la madre y le pregunté:

-¿Desde cuando tiene dolor?
-¡Esto ya me lo ha preguntado la enfermera!

Mirada...
Creative Commons License photo credit: Irving Yparrea

Volví a sonreír y la miré a los ojos.

-Lo sé, pero necesito que conteste a mis preguntas. Por favor…
-Hace ya una semana que se queja de dolor, pero es hoy cuando he visto esos bultos en la espalda y por eso hemos venido.
-¿Lo ha visto su pediatra?
-¡Ah!… no…
-¿Por qué?
-No sé, no le di mucha importancia, pensaba que el dolor se debía al peso de su mochila, y como ya estaban llegando las vacaciones de Navidad, pensé que se le pasaría.
-Está bien, no se preocupe. ¿Tiene alguna alergia?
-No, que sepamos.
-¿Toma algún tipo de medicación?
-No.
-¿Ha tenido fiebre estos días?
-Creo que no.
-¿Se ha quejado de algún golpe? ¿Alguna caída?
-No.
-¿Alguna Intervención quirúrgica?
-No.
-Bien.

Me giré hacia Gabriel y le ausculté. Nada anormal. Le pedí que se tendiera en la camilla y lo acabé de explorar. Todo lo demás estaba normal.

Le pedí que se girara y se estirara con la espalda al aire.

Y entonces lo ví: era una especie de protuberancias de forma ovoidal situadas encima de los omóplatos. Al palpar, el tacto era duro; podrían ser unos quistes de grasa, pero eran bastante grandes; quizás sería necesaria una biopsia…

-Gabriel, cuéntame, ¿qué te ha pasado?
-No sé, me empezó a doler la espalda, pero hoy he notado que tengo unos bultos ahí… -dijo mientras señalaba a los omóplatos
-¿Te has caído? ¿Te has dado un golpe?
-No… -dijo el niño

Realmente no había señales de golpes y el resto de la piel estaba totalmente sana.

-Muy bien, Gabriel. Te vamos a hacer una analítica y unas placas o radiografías de la espalda.
-Doctora, ¿qué tiene? -preguntó la madre.
-Aún no lo sé con certeza. Veremos las radiografías y quizás podamos saber algo más. Gabriel, ¿eres un niño valiente? -dije mirándolo con una sonrisa mientras le guiñaba el ojo.
-¡Si, doctora!
-Así me gusta. Ahora vendrá una enfermera y te hará un pinchacito para sacar un poco de sangre…

Gabriel dejó de sonreir y añadí:

-No te hará daño, ya lo verás. Nos veremos cuando te hayan pinchado y hecho las radiografías, ¿vale?

princesa con helado
Creative Commons License photo credit: Facundo Prámparo

Al cabo de un rato, me avisaron de que ya tenían los resultado de la analítica y las placas.

La imagen sólo revelaba una masa compacta, encima de los omóplatos; los parámetros de la analítica se mostraban normales; factores hepáticos y marcadores tumorales normales.

Sospeché más bien de un absceso producido por un quiste de grasa.

Podría prescribir Dalsy y Apiretal combinados hasta el control por su pediatra, que lo derivaría a cirujano, que a su vez lo derivaría a Anestesia, que a su vez lo derivaría a cirujano, para programar la intervención… lejos en el tiempo y este niño volvería quizás muchas veces a Urgencias o…

O quizás podía resolver algo en Urgencias, intentando hacer aquí la biopsia.

Descolgué el teléfono y marqué el número de la coordinadora de urgencias y expliqué el caso. Me pidió que acudiera a su despacho con la HC y los resultados de las pruebas.

Tras examinarlas, acordamos realizar la biopsia en Urgencias; debía insensibilizar la zona antes de la incisión.

Con la decisión ya tomada, fui al box nº 1.

-Gabriel, ¿cómo estás?
-Me duele…
-No te preocupes, cariño, ahora miraremos de hacer algo con ese dolor. Señora, ¿puede acompañarme fuera, por favor? -le dije a la madre, con firmeza, mientras mantenía la sonrisa.

Al salir fuera del box ella me preguntó qué ocurría.

-Los resultados de la analítica son normales y en cuanto a la radiografía, las imágenes parecen mostrar que sean unos quistes de grasa.
-¿Y qué hacemos?
-Creo que lo mejor es que hagamos una pequeña incisión, para sacar una biopsia, un par de puntos y si todo va bien a casa.
-¿Y si no va bien?
-Pasará la noche en el hospital. Usted tiene la palabra.
-¿Usted que haría, doctora?

¡La temida frase! Compuse de nuevo mi sonrisa y la miré fijamente a los ojos, con toda la dulzura que pude. Recordé que soy madre de dos niñas y que alguna vez también he dudado. Aquella madre necesitaba más que información, orientación, y más que un médico, una amiga.

-Verá, podemos darle antiinflamatorios y seguir los cauces normales; tendrá que ir a ver a su pediatra y después a su cirujano. También podemos hacer la biopsia aquí y adelantar un poco el proceso.
-De acuerdo: adelante, hágalo.
-Bien. Pase por favor a la sala de espera, mientras prepararemos un consentimiento informado que tendrá que firmar.
-De acuerdo.

Una realizado esto, llamé a la madre, pues teníamos que explicar a Gabriel qué le íbamos a hacer.

-¿Gabriel?
-Si…
-Verás, te vamos a poner en la camilla, te pondremos una pequeña inyección, y extraeremos una muestra de esos bultitos que tienes en la espalda… sólo notarás el pinchacito y nada más. Estarás despierto, pero vas a tener que estar muy, muy quieto.
-¿Mucho?
-Tan quieto como una estatua
-¡Uf! No se si podré.
-¿Ves estas chicas tan guapas? Son mis ayudantes y te estarán sujetando cada una de un brazo. De tí depende que notes una caricia o una mano que te coge con mucha fuerza.

Gabriel sonrió.

-¡Prefiero las caricias!
-Yo también… -dije con cierta tristeza. – Señora, ¿puede pasar a la sala de espera? La avisaremos enseguida.

Ella se inclinó, le acarició sus cabellos y depositó un dulce beso en las mejillas del niño; dió media vuelta y abandonó el box.

-Vamos a pesarte, Gabriel.

El niño se subió a la báscula y aprovechamos también para tallarlo. Entonces pedí a la enfermera que preparase un aseo quirúrgico, instrumental y la lidocaína para insensibilizar la zona.

La enfermera indicó al niño que se tumbase en la camilla, realizó el aseo e inició la desinfección del campo quirúrgico.

Mientras tanto, ya me había lavado concienzudamente las manos, puesto una bata, unos guantes  y también una mascarilla.

Al entrar al box, me agaché para que Gabriel pudiera ver mis ojos, y le dije:

-Gabriel, vamos a empezar. Ya verás: no te voy a hacer daño. Si notas algo me lo dices enseguida… bueno, dos pinchacitos si notarás, ¿vale?
-Tengo miedo…
-Es normal… pero, yo creo que vas a ser muy valiente. ¿Preparado?
-Si.
-Buen chico.

Me incorporé, miré a mis ayudantes y las dos enfermeras asintieron, tomando suave pero firmemente los brazos de Gabriel.

Tomé la jeringa e inyecté la lidocaína en la base de una de las protuberancias y esperamos unos minutos.

Tras pasar el tiempo, con una aguja estéril pinché ligeramente una de las protuberancias, y el niño no reaccionó. "Bien.", pensé.

A partir de ese instante teníamos aproximadamente unos minutos, así que nos pusimos manos a la obra.

Repasé mentalmente las maniobras que tenía que hacer.

Cerré los ojos, inspiré profundamente, los abrí e inicié la incisión.

Una vez hecha, observé sorprendida al separar la carne que había debajo algo de color blanco, impoluto; introduje las pinzas pero las tuve que retirar, porque esa masa blanca decidió salir de manera espontánea… no era de una textura semilíquida, era algo diferente.

Era una ala. Y se movía.

Asombrada, realicé una incisión en la otra protuberancia: el mismo color, y también decidió salir… ¡Oh!, otra ala.

Y no cualquier tipo de ala: alas de ave bien formadas, con unas plumas blancas, blanquísimas… pensé: hay que extirpar. Y después pensé: estirpar ¿qué? Podía pasar mucho tiempo antes de recabar la información suficiente, como para poder ejecutar ese tipo de intervención con las garantías necesarias para que Gabriel se recuperara…

Gabriel…

¿Pero qué demonios? ¿Quién o qué era Gabriel?

Soy una persona de formación científica y aunque he sido educada en la fe católica, guardo una cierta distancia con sus ritos y creencias… pero esto era muy diferente.

Observé, casi como de pasada que la herida quirúrgica apenas sangró… y también que las alas, después de un inicio en el que se iban moviendo, quedaron plegadas… pero entonces sucedió algo más extraordinario.

Las alas estaban creciendo… veía como crecían.

Cuando pararon de crecer, la articulación superior de cada ala llegaba a la altura de la cabeza de Gabriel, mientras que las puntas llegaban aproximadamente a los tobillos del niño.

Entonces las alas se levantaron ligeramente y las enfermeras, atónitas, dejaron de sujetar a Gabriel.

Clavó sus ojos en los míos y me dijo:
-Gracias, Doctora.
-¿Quién eres?
-Gabriel.
-¿Qué eres?
-Nunca pensó encontrar a alguien como yo, ¿verdad? He venido porque quería que supiera que valoramos profundamente su humanidad. Para que supiera que el bien con bien se paga. Para que sepa que sus miradas curan más que muchas medicinas. Para que sepa que no está sola. Para que su alma encuentre consuelo. Porque la admiramos profundamente. ¿Doctora?

Gabriel puso su mano encima de mi brazo y noté la presión, y un calor delicioso, y entonces me empezó a zarandear, mientras él me llamaba… ¡Doctora!

-¡Doctora! ¡Vamos, despierte! Una silla de ruedas, ¡rápido! -era la voz de una de mis ayudantes…

Abrí los ojos y ví que estaba en el suelo… me dolía la cabeza. Intenté incorporarme pero no pude. Mis ayudantes me ayudaron a incorporarme y me depositaron suavemente en la silla de ruedas.

-¿Gabriel? ¿Dónde está? El niño rubio de 11 años, con… con las alas…
-¿Qué Gabriel? Doctora, estaba sola en el box. La hemos llamado y al ver que no respondía, hemos entrado y la hemos visto en el suelo inconsciente.

"¡Ay!… Así que sólo fue un sueño", pensé…

Debajo de la camilla del box, una larga pluma de ave de un color blanco impoluto descansaba sobre el suelo.

Feliz Navidad.

 Autoría:

Texto: Rafael Pardo (Editor del Blog Perdidos en Pandora)

Voz y corrección clínica: Olga Navarro (Editora del blog Las TICs en EpS)

Imágenes: Las imágenes han sido obtenidas de diferentes páginas web. Dada la gran diversidad de webs que existen, en ocasiones es difícil saber la autoría de las mismas. No obstante, si los autores desean su reconocimiento o eliminación, no tienen más que indicarlo.

Fuente:http://diferenciate.org/archives/614#comment-173

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