La escritora Aurea-Vicenta González Martínez nos regala el siguiente relato que agradecemos desde el Hospital Universitario Infanta Sofía. Siempre tan atenta con los pacientes de Mi Querido Hospital ¡Muchísimas gracias!
COSAS
DE UN DOMINGO CUALQUIERA
Desde lo alto ya
se divisa la aldea, el increíble pedregal por el que hemos tenido que reptar
hasta la cima es el responsable de un intenso dolor de pies que auspicia grandes
ampollas cuando nos quitemos las zapatillas de trekking* y los mullidos
calcetines de escalador con los que todos tuvimos la precaución de calzarnos de
buena mañana.
Tras andar y
andar, engullidos siempre por la maleza que puebla los infinitos meandros del
reseco barranco, mientras seguíamos disciplinadamente el hilillo de agua
procurando no dar un paso en falso y acabar fuera del estrechísimo sendero que
serpentea pegado a las altas paredes de deslavazada piedra, después de dos horas
de horas de penosa caminata, acabamos frente a la anunciada cresta de escarpados
remates por la que según el mapa habíamos de subir, una desapacible pero
espectacular escombrera de rocas y cantos rodados de más de cien metros de
altura que las fuerzas del plegamiento alpino y las caudalosas aguas del antiguo
mar que se batió en retirada han tenido a bien diseñar para asombro y espanto de
los audaces domingueros como nosotros que ante tamaña manifestación de
la
Naturaleza nos echamos a llorar como críos acompasando las
lágrimas con una interminable retahíla de lamentos.
Pocos lugares hay
aquí afuera para guarecerse del implacable sol, la vista abarca una desigual e
interminable planicie que los tiernos brotes de trigo engalanan a tramos y con
el esmero de un aplicado artista pero no hay ni un mal árbol en derredor nuestro
que nos permita cobijarnos hasta llegar a poblado.
Todos mantenemos
la vista al frente, por nada del mundo quisiéramos mirar atrás, a la escondida
brecha de la que con tan poca dignidad acabamos de salir; que se queden dentro
de la traicionera grieta sus pequeños y felices habitantes ya que casi todos los
que hemos llegado a ver no parecen especialmente interesados en aventurarse
hasta la roca contigua ni siquiera para huir de nosotros, al menos aquí, el aire
abunda y podríamos echar a correr si en un momento dado, y como tememos en serio
tras temblorosos y vergonzantes cuchicheos -sin duda ninguna por la
descompensación de azúcar debida al tremendo esfuerzo de la ascensión-, cobrasen
vida unos huesos y saliese en pos nuestro desde cualquier disimulada guarida
una de las muchas bestias que dejaron por aquí bien a la vista, justo en esta
parte del territorio, su impronta en forma de gigantescas icnitas** que
aparecen, irreales y amenazadoras, formando deslumbrantes calveros pétreos entre
el incipiente y esperanzador verdor con que se desperezan al luminoso astro las
simientes.
En
fin…
*Trekking: La R.A .E. no admite el término
pero se utiliza normalmente.
Gracias a ti, Victoria Martín. ^_^ Un cordialísimo saludo para todos.
ResponderEliminarGracias por tu colaboración en mi blog, estos relatos que asiduamente nos ofreces a los pacientes de Mi Querido Hospital son muy bonitos y estoy muy feliz. ¡Cuento contigo! Un abrazo entrañable. Victoria.
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