Aurea-Vicenta González Martínez extraordinaria escritora gracias por dedicarnos desde Mislata (Valencia) con mucho cariño un relato a las futuras mamás de "Mi Querido Hospital Infanta Sofía" titulado "DE MAMÁS Y PAPÁS".

Café y Cámara de Viaje


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 Muchísimas gracias Aurea-Vicenta González Martínez, gentil escritora que cada año nos dedicas tu tiempo con mucho esmero y cariño escribiendo un hermoso relato para mis queridas pacientes que prontito estarán en el paritorio de "Mi Querido Hospital Infanta Sofía".




Agosto, 2018
DEDICATORIA:
Dedicado especialmente a las futuras mamás a las que espero llegue este relato breve por MI QUERIDO HOSPITAL, el estupendo y acogedor blog de la gran profesional de la Sanidad Victoria Martín Egido.
Cuidaos mucho, mamis, estáis haciendo lo más importante.

                   DE MAMÁS Y PAPÁS
Aquí todavía se leen diariamente los periódicos en papel, un lujo que antes estaba fuera de mis posibilidades y del que ahora ya no me apetece disfrutar.
El teléfono me sirve muy bien para el propósito de informarme privadamente sobre la marcha de los temas generales y no tengo que disputar con Teresa sobre quién tiene derecho en primer lugar  a semejante privilegio, o sobre qué asunto, de los muchos y variados que ocuparán su ocio lector hasta el mediodía y después lanzará sobre el tapete de la mesa para interponerlo entre las dos mientras comemos para evitar así que hablemos, un día más, de lo que debemos ineludiblemente tratar.
- ¿Te sirvo?
- Déjalo, Teresa, ya lo hago yo.
- No es molestia.
- Te he dicho que no.
- Como quieras, mamá.
Ella vuelve a sus páginas y yo aprovecho para levantarme y abandonar en silencio la pequeña cocina.
- ¿Tardarás mucho en volver?
El corazón me ha dado un vuelco, ¿será hoy al fin el día?
- No temas, Teresa. Daré un pequeño paseo y en cuanto regrese podremos hablar si es lo que te apetece, hija.
- ¿Hablar? ¿Hablar sobre qué?
No me tomo la molestia de contestarle, cuando le parezca bien el que intercambiemos pareceres y nos demos explicaciones, ya me lo hará saber, una hija, y más en sus circunstancias, es la que lleva la voz cantante.
                                      *****
- Deje que le ayude, señora.
- No hace falta, de veras.
- Bien, como quiera usted. Que pase un buen día.
Evidentemente el atento hombre que se ha apresurado a extender su gentil mano para ayudarme a salvar la zanja que me impide subir a la acera no sabe que, hace mucho que una jornada mía, aunque me lo proponga en serio, no puede cerrarse con un broche agradable, ¿por qué debería de estar enterado de ello un extraño? De cualquier modo, le sonrío antes de que él se dé la vuelta para alejarse.
Una vez vencido el obstáculo que representa el nuevo agujero que los operarios abrieron ayer, otro más, y por enésima vez en lo que llevamos de semana, me afianzo la mochila firmemente a la espalda, y tras asegurarme de que queda bien anclada, comienzo a andar calle abajo.
 Blandiendo el bastón cuando llego hasta ellos trato de dispersar a los canes que huronean entre los recipientes de basura doméstica. Intentan volcarlos para hallar algún alimento en su contenido, lo consiguen y tras desparramar los desperdicios por toda la acera, se aplican concienzudamente a hociquear entre las inmundicias desechadas.
 Aunque me gruñen, al persistir yo en la actitud beligerante se dan a la fuga ladrando y formando un pequeño ejército que se bate en ruidosa retirada, no parecen demasiado insatisfechos, quizás más que de aplacar el hambre tenían ganas de convertirse en tropa ya que saltan y se persiguen entre ellos, como jugando.
Sigo mi camino, el calor aprieta mientras las aceras acaban por desaparecer bajo mis pies y la fina arena me da la bienvenida y  comienza a abrirse camino hacia mi piel a través del calzado, acariciándola y provocándome con ello unas estimulantes cosquillas en las plantas.
En la cercana playa ya puedo atisbar las primeras figuras de veraneantes madrugadores, aparentemente todos son adultos, la ausencia de criaturas está ampliamente suplida por las mascotas de los bañistas que aprovechan la desierta orilla para disfrutar del mar junto a sus queridos animalitos sin molestar a nadie.
Hace años era impensable semejante espectáculo, mucho menos el que los niños faltasen a la temprana cita con las espumosas olas, de hecho, todos andábamos a la zaga de nuestros retoños, arrastrando penosamente los indispensables adminículos veraniegos que después, ellos reclamarían a voz en grito tras los primeros chapuzones y juegos, espoleados por el inevitable aguijón del aburrimiento.
El madrugar se ha convertido en un recuerdo que parece muy lejano, la televisión, y, sobre todo, los juegos de ordenador y las consolas me parecen la razón de que los querubines -sin distinción de edad ni de sexo-, y algunos papás y mamás, sigan en sus lechos a estas horas, durmiendo plácidamente hasta que los rayos solares los despabile o el exigente requisito de alimentar los cuerpos les hagan desperezarse y comenzar la holganza de la nueva jornada estival.
                                      *****
- ¿Te apetecería un poquito de melón fresquito, mamá?
- Ahora mismo no, Teresa.
- A mí sí, voy a por un trozo.
Últimamente es lo que más he de pedirle al chico del supermercado de abajo que nos suba; el melón, la sandía y, hasta hace unos días, las cerezas, eran rápidas y sufridas víctimas de los caprichosos apetitos de mi niña.
Mi niña, esta misma que pronto ha de ser madre y que evita hablarme de ello como si yo fuera una extraña, o peor, una enemiga.
No aguanto más, en cuanto entre por esa puerta voy a …
- Mami, quería decirte una cosilla, pero, no sé muy bien cómo te lo vas a tomar.
- Soy toda oídos, Teresa.
- Voy a tener gemelos, mamá.
Creo que de pronto se ha oscurecido el cielo, o puede que sea un efecto más de mis incipientes cataratas, no me importa la respuesta, me levanto sin ayuda del bastón -que ya es decir mucho- y me abalanzo hacia mi retoño, la abrazo y ella me sostiene con cuidado, ya que la deriva de esta vieja barca no es fiable sin el apoyo del remo, y comienza a administrarme una de las medicinas más efectivas, los besos.
                                      *****
Rosendo es, tal como lo era mi Fidel, un poco callado, excesivamente cauto, dirían algunos y algunas, aun así, el compañero de mi Teresa, sin gasto de palabras, pero con sincera devoción, nos ha obsequiado a las dos con esta estancia en la playita.
Pronto anochecerá, Teresa y yo salimos del apartamento cogidas de la mano y echamos a andar camino del mar.
Misteriosamente la zanja ha desaparecido, un poquito más allá se ve a los sufridos obreros pasarse unos a otros el maltrecho  botijo cuyo vivificante contenido, según he podido observar desde el balcón, no se han cansado de rellenar una y otra vez de la hermosa fuente pública que tenemos a pie de calle para mitigar el bochorno con el que nos las hemos visto hoy.
- Mami.
- Dime, niña.
- Tengo un capricho y creo que si no te lo digo, el malestar que empieza a recorrerme la tripa no ha de cesar. Me ha sucedido otras veces y es un agobio, mamá. No puedo obviarlo.
- Tú dirás, mi pequeña.
-Quiero beber agua de allí.
- ¿Del botijo rebozado en arena y sucio como un palo de gallinero?
- ¡¡¡Sí!!!
- Vamos allá, faltaría más, Teresa. ¡Eh! ¡Ustedes! Sí, los del botijo, mi hija necesita beber de él. Sí, han oído bien, está en estado de buena esperanza y además por partida doble.
Tampoco hacía falta que echaran a correr, botijo en mano, hacia nosotras, ya podíamos habernos acercado, pero, la vida es así, todos somos papás y mamás, pues hasta los que no tienen descendencia saben que eso es lo que mantiene al Mundo.

      Aurea-Vicenta González Martínez
                      Mislata (Valencia), Agosto 2018.
        



Con alegría recibo para "Mi QUERIDO HOSPITAL", muestras de cariño y cercanía que sientan fenomenal. Desde Mislata en Valencia una escritora gentil, escribe con derroche y simpatía, relatos que me hacen sentir, que es gente buena y honesta, y disfruta con alegría, dedicando sus dones de escritora, al hospital Infanta Sofía. Mil gracias y un abrazo entrañable para Aurea-Vicenta González Martínez.




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