Mª Ángeles Planchuelo: para hablar constructivamente de humanizar la asistencia sanitaria, debemos interiorizar y comprender que el destinatario de los servicios sanitarios es el ser humano en toda su dimensión.




La preocupación por optimizar el aspecto humanístico de la asistencia sanitaria no es algo nuevo. Sin ir más lejos en 1984 se publicó el Plan de Humanización de la Asistencia Hospitalaria (INSALUD), en el que se oficializó la Carta de derechos y deberes de los pacientes y en el que se planteaban una serie de actuaciones dirigidas a humanizar el sistema sanitario. Organizaciones como la OMS, recogen inquietudes y plantean modificaciones para que se reconozca la dimensión humana de la salud y las intervenciones se adapten a las peculiaridades de comunidades e individuos.
Sin duda, para hablar constructivamente de humanizar la asistencia sanitaria, debemos interiorizar y comprender que el destinatario de los servicios sanitarios es el ser humano en toda su dimensión, y que en su atención tenemos que tener en cuenta además de su corporeidad, sus sentimientos, sus emociones…, para así dar respuesta a sus necesidades.
Los retos que se plantean al hablar de Humanización son enormes, y para conseguirlo es necesario desarrollar procesos asistenciales fundamentados en las necesidades y expectativas de las personas. Una de esas necesidades es la adecuada comunicación médico-paciente.
Pese a que a la hora de valorar la atención recibida cada paciente se ve influenciado por parámetros como las expectativas generadas ante su paso por el sistema sanitario, estudios realizados en diferentes ámbitos culturales ponen de manifiesto que “el trato humano recibido” por parte de los profesionales de la salud, es la primera razón por la cual los pacientes se sienten satisfechos con la atención recibida, destacando como elementos fundamentales del mismo la empatía, la información comprensible que los profesionales les aportan, el tiempo que les dedican a ofrecerles esta información y la posibilidad que el paciente tiene de expresarse, es decir elementos básicos de la comunicación.
La comunicación médico-paciente adecuada no solo es una demanda de pacientes y familiares. Los profesionales de la salud también manifiestan la necesidad de establecer una comunicación afectiva y efectiva, necesidad directamente proporcional a la gravedad de la enfermedad.
El que los profesionales sanitarios no seamos unos meros trasmisores o vehículos de información y seamos capaces de establecer una comunicación adecuada con los pacientes, debería formar parte de nuestra práctica clínica habitual. Pero, ¿tenemos las herramientas y formación necesarias para hacerlo?. Parece que no siempre, y que la falta de capacitación la vamos solventando con el paso del tiempo y la experiencia que vamos adquiriendo. En cierto modo la comunicación se deja a la improvisación, y esto no solo repercute en un detrimento de la atención del paciente, sino que también perdemos una herramienta terapéutica de primer orden.
La persona aquejada de una enfermedad, sobre todo si se trata de una patología con un elevado grado de mortalidad y cronicidad, se vuelve más vulnerable, más frágil, siente que está dominada por la enfermedad, y proyecta todas sus esperanzas sobre el médico que le trata, sobre su equipo. Necesita sentirse segura, que pase lo que pase no la van a abandonar, y deposita su confianza en el equipo sanitario, en su médico.
Esta confianza se sustenta en una comunicación médico-paciente idónea, que además de satisfacer al paciente, nos será de gran utilidad a los profesionales. Nos ayudará a diseñar mejor los procesos terapéuticos y asistenciales adaptándolos a las necesidades reales de cada persona, nos permitirá recoger información de utilidad diagnóstica y nos ayudará a lograr una mayor comprensión/aceptación y, adhesión al tratamiento.
Cuando el paciente siente que le escuchamos no solo con los oídos si no también con una mirada receptiva, con un acercamiento corporal acogedor, con una proximidad física adecuada, atendiendo a su lenguaje no verbal, leyendo sus silencios, respetando sus pensamientos, sentimientos y emociones, estamos convirtiendo una simple escucha, en una escucha activa, con la que demostramos al paciente que estamos interesados en ayudarle, le transmitimos comprensión, preocupación y aceptación de su persona sin juzgarle; y sobre todo una escucha activa nos permite conocer qué es lo importante para el paciente, que con gran frecuencia no se corresponde con lo que nosotros como profesionales presuponemos.

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